El fútbol crece en aficionados, pero la organización y dirigentes dejan mucho que desear en casi más de 20 años.
Por: Edgard Rodríguez C.
Diario La Prensa.
No es difícil imaginarse a Julio Rocha tras las elecciones escondidas del sábado, con su habitual aire de prepotencia, como si no se sintiera culpable del deterioro en que tiene sumido al futbol nacional, o lo que aún queda de éste.
Pero resulta que justo cuando él extendía a 26 sus años al frente del futbol pinolero, quedaba también al desnudo su incapacidad para llevar a un buen final el Torneo de Apertura, cuyo vandalismo no es sino el corolario de un año terrible para este desventurado deporte.
Difícilmente hay en este país, un deporte tan afectado como el futbol. De nada sirve el entusiasmo que genera entre los fanáticos una disciplina que va en ascenso en popularidad, cuando su calidad, a nivel local, se mueve en sentido contrario.
Y no se trata de si ganamos o no un juego en el extranjero, pues ya nos hemos habituado a las goleadas. Es más bien la forma en que se desluce, los recursos que se malgastan, el cinismo con que se habla de progresos y el tiempo que se desperdicia lo que entristece.
En lugar de renunciar por su incapacidad manifiesta, Rocha se ha recetado otros cuatro años más al frente de Fenifut, gracias a que ha establecido la exclusión como estilo de trabajo, pero también a la complicidad de un grupo de aliados, que en realidad no sé si es que están intimidados o son sus socios.
Si en nuestro país hay entusiasmo por el futbol y se practica masivamente, ¿por qué no se ve el mínimo progreso?, ¿cuáles son los talentos surgidos en la escuela de Diriamba?, ¿sirvió de algo la cooperación ofrecida por los Tigres de Brasil? El colmo es que ni siquiera se supo escoger a los chavalos que se enviaron a Río de Janeiro.
Ah, pero Rocha sí ha conseguido progresos. Ya no se le presenta como el ingeniero. Ahora es máster en varias especialidades y hasta un experto en conspiración, según varios de sus colaboradores más cercanos. El futbol, en cambio, no sólo se ha estancado. Ha retrocedido.
El colmo es que ya se hizo un hábito el vandalismo en las finales, lo cual es una pena, porque aunque no se le gane a nadie más allá de las fronteras, lo peor es que ya no se pueda ni controlar siquiera un jueguito a nivel local.
Pero cada agrupación tiene el dirigente que merece y si quienes tienen la oportunidad de aplicar variantes no tienen, no sólo la valentía de oponerse, sino la decencia de apartarse, entonces sigamos como estamos, pero eso sí, no perdamos la esperanza.
El fútbol nacional merece una mejor suerte y más temprano que tarde la tendrá. Eso es inevitable.
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