LUSACO
El fanatismo, esa pasión exacerbada y desmedida, muchas veces trasladado al ámbito deportivo llega a demeritar a los protagonistas: dirigentes, técnicos o jugadores, principalmente a aquellos que por una o varias razones optan por cambiar de horizontes buscando una mejoría económica, competitiva, emocional/conyugal o quizás simplemente deportiva.
Por un momento es bueno aterrizar en la época que vivimos, dejar de seguir soñando con el famoso amor a la camiseta –del cual hoy en día nadie sobrevive- y reconocer primero que vivimos en un país libre, que aún en nuestro fútbol -donde quiérase o no- se pagan salarios por encima de lo que un médico, maestro o cualquier otro profesional puede devengar en jornadas de ocho horas diarias seis días a la semana, y por tanto el mercado queda abierto al mejor postor. La ley de oferta y demanda, algo que ningún reglamento en el mundo prohíbe.
De igual manera otras mentes cuestionan a los equipos que se conforman en “trabucos” a punto de billetes, mas no hay reglamentación alguna que limite la visión, capacidad de gestión y metas trazadas de cualquier organización.
Por ejemplo, si el equipo “A” solo quiere jugar con nacionales, el “B” solo con jugadores caros y sin extranjeros y el “C” además de caro con extranjeros bien pagados… pregunto: ¿Quién lo prohíbe? ¿Por qué amargarse? Cada club es libre de hacerse o no competitivo, de mejorar su estructura, su organización, de aspirar y soñar.
Señores, todo esfuerzo que se haga por mejorar la calidad de los equipos de Primera División es válido, recuerden que se necesita comenzar a dar ese salto entre lo “amateur” y lo profesional, sino nunca podremos soñar con poder ganarle un partido tan siquiera a los referentes del istmo.
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